Pardela Cenicienta
Pardela Cenicienta

La Pardela Cenicienta (calonectris dio­medea), que es la especie que habita las aguas canarias, debe su nombre común al color gris ceniza de sus plumas. Pertenece al grupo de las procelariformes, que son aves marinas pelásgicas, (que tienen hábitos oceánicos). Sólo pisan tierra firme durante la época en la que se reproducen.

Se conocen tres variedades de estas aves: Calonectris diomedea ssp diomedea, que ani­da en el Mediterráneo, Calonectris diomedea ssp edwardsi, que anida en Cabo Verde, y Calonectris diomedea ssp boreales, que anida en las costas canarias. A menudo suele ser confundida con una gaviota por los más distraídos, ya que físicamente presentan muchas similitudes.

La Pardela que conocemos en Canarias es la más grande de las tres especies mencionadas, tiene la cabeza y la espalda de color gris marrón, intensificándose el color oscuro en la espalda y en el dorso de las alas; los ojos tienen un anillo blanco pero que sólo puede ser observado desde cerca. Los carrillos y costados de la cabeza son blancos manchados de gris como los flancos. El vien­tre, la garganta y la parte inferior de las alas son de color blanco nítido. La cola es marrón oscuro como las alas. El pico es amarillo con los tubos nasales muy desarrollados para expulsar la sal.

En esta especie se puede distinguir la hembra del macho sin problemas, ya que la primera presenta un pico bastante más fino. Una buena característica para diferenciarla de las otras familias, aparte de su tamaño, es el color muy oscuro, casi negro, que presen­ta en el borde posterior de las alas. Se alimentan de peces, larvas de molus­cos, pequeños crustáceos y fragmentos de algas. Se la conoce porque emite sonidos guturales durante la noche, que se los puede confundir con gritos o gruñidos parecidos a los de un niño o a una gata en celo. Los pescadores canarios desde siempre las han seguido para dar con los mejores bancos de peces, cosa que repiten los pes­queros del Atlántico a través de sus sondas y radares.

Se sabe que comienzan sus ciclos repro­ductores sobre los seis o siete años de vida; y que pueden llegar a vivir hasta unos treinta años. Uno de los datos más curiosos es que es un ave muy viajera y puede llegar a recorrer en un año 40000 kilómetros entre sus lugares de cría, que son Canarias, Baleares, Chafarines y otros islotes, y sus sitios de invernada en el hemisferio Sur, en países como Argentina, Namibia y Sudáfrica.

En el mes de febrero comienzan su viaje de escucharlas por la noche después del atarde­cer, que es cuando se juntan para empezar el cortejo y posterior apareamiento. Normalmente, después de su periplo mi­gratorio, las aves vuelven a juntarse con su misma pareja del año anterior. Es marzo el mes donde éstas deben de­fender sus nidos de otras parejas y donde comienza la reproducción. A partir de mediados de mayo ponen sus huevos, uno por pareja, que no será repues­to en caso de pérdida, (hay varios depre­dadores naturales y otros no tanto). Menos de la mitad de sus polluelos logran salir a-delante y completar su ciclo hasta llegar a la adultez.

La incubación la hacen entre los dos miem­bros en turnos que duran entre tres y nueve días de cuidado y calor continuo. Mientras uno realiza esta tarea, el otro sobrevuela alta mar en busca de alimentos. Este proceso dura hasta finales de agosto. Como nidos (llamados huras), utilizan prin­cipalmente grietas estrechas, huecos entre rocas y cuevas, situadas en acantilados y barrancos. También excavan madrigueras sobre algún sustrato blando El periodo de incubación termina sobre fi­nales de julio y mediados de agosto, que es donde nace el polluelo envuelto en un es-peso plumón de color gris. Son alimentados por sus padres y van ganando así una buena reserva en grasas. Comen bogas, calamares y caballas capturados mar adentro por sus progenitores que llegan a las costas con di­chos pescados parcialmente digeridos en sus buches.

Los adultos abandonan el nido un mes antes de que lo hagan sus crías, hecho que ocurre sobre finales de agosto. Sobre principios de octubre les toca salir del nido a los pequeños, que es cuando re­montan vuelo por primera vez y se enfren­tan a sus peores momentos en cuanto a la supervivencia, ya que tienen numerosos accidentes y se desorientan debido a la contaminación lumínica que va en aumen­to en todas partes. Los que sobreviven, que como dijimos an­tes son menos de la mitad de los que nacen, al llegar a su madurez sexual, (a los siete u ocho años), vuelven a su lugar de nacimien­to para comenzar ellos mismos con su pro­pio ciclo reproductivo. Pero aquí es donde se les presenta otro de sus graves proble­mas, ya que después de tanto tiempo dichos lugares a menudo han cambiado por la ac­ción del hombre (carreteras, edificios, etc).

Al llegar septiembre, la actividad en las colonias reproductoras empieza a menguar. Los adultos ya no vuelven todos los días para alimentar a sus crías y éstas comien­zan a usar sus reser­vas de grasa hasta su próxima comida.Completan aquí el desarrollo de las alas y de su nuevo plumaje. Y luego llega octubre, salen de sus nidos y sus cuevas, y salen a volar instintivamente sobre el océano para buscar sus propios ali­mentos. Este ciclo continua hasta finales de noviembre, mes para el cual las aves tienen que haber aprendido a volar y a pescar per­fectamente, ya que tienen que estar pre­paradas para seguir a sus padres, que vuel­ven a comenzar con su vuelo migratorio con dirección al hemisferio sur.

Principales peligros y enemigos

Lamentablemente la Pardela tiene proble­mas para su supervivencia tanto en el océa­no como en la tierra. En cuanto al mar se sabe que se produ­cen numerosas capturas accidentales en artes de pesca. Los grandes palangreros, por ejemplo, tiran miles de anzuelos cada noche, provocando la muerte por ahoga-miento de centenares de aves que quedan atrapadas en el sedal y son arrastradas con él hasta el fondo. La instalación de parques eólicos y otras infraestructuras en el mar también inci­den y son parte de sus amenazas. Además de la sobrepesca que incide en los hábitos alimenticios, también le afecta la contami­nación, ya que la presencia de mercurio en su organismo la convierte en un excelente indicador del aumento de metales pesa­dos en los ecosistemas marinos.

En cuanto a los peligros en tierra hay varios. Por un lado los gatos y las ratas que no solamente matan a los más peque­ños, si no que también se comen los huevos y atacan a los adultos Y por otro tenemos al hom­bre, que aquí en canarias practica desde hace muchísimo tiempo lo que se llama el “pardeleo”, que es la caza de este animal ya sea como alimento o para extraer su grasa. Esta actividad está totalmente prohibida pero se sabe con certeza que son muchos los pobladores que siguen realizándola. La degradación de las zonas de cría es otro inconveniente que tienen que enfrentar, pero tal vez el mayor peligro esté en la gran contaminación lumínica que avanza día a día. Debido a que los polluelos se orientan gracias a la luna, es muy fácil que se deso­rienten en sus primeros vuelos, y terminen chocando contra farolas, focos, antenas y tendidos eléctricos. Al caer al suelo, aunque no hayan sufrido heridas, muchos de ellos no pueden retomar el vuelo, ya que necesi­tan de un acantilado o de la superficie del mar. Entonces mueren desorientadas sin comida, o golpeadas o atacadas por algún depredador en el suelo. También ocurre que a menudo son atropelladas por los coches.

Para tratar de mermar la cantidad de muertes que se producen de esta manera, el Cabildo de Fuerteventura ha iniciado una campaña en el mes de octubre, para tratar de localizar y ayudar a las aves que tienen estos accidentes. Pone a disposición de los ciudadanos los siguientes teléfonos a los cuales dirigirse en caso de encontrarnos con una pardela u otro tipo de ave accidentada. Se podrá llamar al 112, al Cabildo en el 928 862 300, a Medio Ambiente en el 928 852 106, 626 982 371, a la Policía Local de Puerto del Ro­sario en el 928 850 635, a la de La Oliva en el 928 866 107; a la Guar­dia Civil de Puerto en el 928 851 551 y a la de Co-rralejo en el 928 867 267.

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