por Gianfranco Costa, canario de adopción
Posteriormente a la dramática destrucción de las Torres Gemelas en los EE.UU. en el año 2001, el peor presidente de toda la historia norteamericana, George W. Bush, para conseguir el dominio estadounidense de todo el petróleo del norte de África, hizo la cosa más idiota que se puede recordar de todas sus tremendas idioteces: declaró la “guerra al terrorismo”, como sólo el parto de una mente enferma podía hacer. El terrorismo no es un estado con ciudadanos e instituciones, no tiene confines geográficos, no existe en el sentido físico; es una maldita y horrorosa conducta de algunos fanáticos, más o menos desesperados, una práctica que hay que combatir sin vacilaciones pero con las herramientas adecuadas.
Desde un punto de vista semántico, declarar la guerra al terrorismo es un sinsentido, una expresión que se parece mucho a otras frases puramente retóricas, como declarar la guerra contra el hambre en el mundo, o contra la ignorancia.
No se puede bombardear el fanatismo, así como no se puede bombardear el hambre en el mundo, ni se puede bombardear la ignorancia. De todas formas, los ataques terroristas siguen sembrando muerte en todo el mundo occidental. ¿Pero por qué Francia, una y otra vez? Pocos se preguntan cuál es actualmente y cuál ha sido la política exterior de ese país en los últimos siglos. Para poner un ejemplo, hoy en día lidera conflictos armados en Malí, donde tiene muchos intereses económicos, y es una de las fuerzas armadas más estructuradas y activas de la OTAN. El 15% de los ciudadanos franceses son de origen norteafricano como consecuencia de la política colonial, no porque les guste de manera particular la Torre Eiffel. Antes de que los partidos políticos de la extrema derecha gala empezaran a distinguir entre ciudadanos franceses de verdad y los demás, en este país sólo había ciudadanos perfectamente integrados. Incluso las protestas de los jóvenes de hace cinco años en la banlieue’ de París, tenían unas características muy diferentes: era la lucha de personas que pedían trabajo y paridad de condiciones de vida. Todos eran franceses,no se hablaba de “orígenes africanos”. Esa forma de crear una distinción entre “ellos” y “ nosotros” ha sido la chispa que hizo explotar el malestar de mucha gente. Incluso las protestas de los jóvenes de hace cinco años en la banlieue’ de París, tenían unas características muy diferentes: era la lucha de personas que pedían trabajo y paridad de condiciones de vida. Todos eran franceses, no se hablaba de “orígenes africanos”. Esa forma de crear una distinción entre “ellos” y “ nosotros” ha sido la chispa que hizo explotar el malestar demucha gente.
Los terroristas responsables de la matanza de París del mes pasado tenían pasaporte europeo, eran franceses y belgas.
¿Y qué hacemos? ¿Vamos a bombardear a Francia y a Bélgica? Bueno, no, la respuesta fue “vamos a bombardear los campos de entrenamiento de los terroristas en Siria”. El resultado es muy fácil de predecir: como estas personas no tienen identidad geográfica definida, se van a mudar a otros sitios. Mientras tanto centenas de civiles sirios, sobre todo mujeres y niños, a los que la OTAN define de forma muy cínica como “daños colaterales”, han sido asesinados con bombas igualmente terroristas. Nadie encenderá velas, ni pondrá fotos inútiles de banderas sirias sobrepuestas a la imagen del perfil de los usuarios de Facebook en su recuerdo. Los bombardeos sólo crean otros muertos y otros terroristas. Se entra así en un círculo vicioso
del que resulta muy difícil salir, como los de la imagen de arriba.
La barbaridad extremista no se combate con las bombas sino con la inteligencia: no sólo con un buen trabajo de integración de los extranjeros, sino también con el control de los servicios secretos. Hay un atroz corolario: ¿cómo sabe la OTAN dónde están situados los campos de entrenamiento de los fanáticos? Muy sencillo: el dichoso ISIS es una criatura de los Estados Unidos, financiada durante la segunda guerra de Irak para derrotar a Saddam Hussein. Lo mismo pasó en su momento con Al Qaeda, otro engendro americano parido y financiado en su momento para contrarrestar el ejército ruso en Afganistán. Los EE.UU. son los creadores más activos de todo tipo de fanáticos. Otra pequeña consideración: no había Al Qaeda en Irak cuando todavía estaba al mando Saddam Hussein. Que no hagan el mismo error quitando al presidente Bashar al-Ásad, que es el único capaz de contrarrestar las tribus terroristas en Siria.
Cualquier tipo de estos crímenes, repito, cuya esencia viola profundamente la propia lógica de la convivencia civil, tiene que ser condenado sin condiciones, sea quien sea el que lo cometa, tanto un grupo como un Estado, porque se trata de una barbaridad incompatible con la propia esencia del término “humanidad”.

Sólo digo que, si en lugar de seguir bombardeando sitios en todo el continente africano para saquear sus recursos naturales, “Occidente” empezara a sembrar paz de una vez por todas, lo que ha sucedido en Francia no pasaría. Ahora tengo que irme, voy a buscar rápido el búnker subterráneo más cercano: el tío de la publicidad acaba de anunciar en la tele que se declara la guerra a la caspa…