El Cotillo, piedra playa.

por Gianfranco Costa, majorero de adopción.

Hace unos pocos días, después de que las manadas de turistas enfurecidos de Semana Santa hubieran dejado la isla, abandonando ingentes trazas de basuras y mal olor, decidí irme a la playa (por fin) para descansar un rato. Me hubiera gustado darme un baño y hacerme el muerto en el océano Atlántico, para descargar todas las tensiones amontonadas durante los últimos meses. Pero no pude conseguirlo.

Fui primero cerca de El Cotillo, a la que todo el mundo conoce como Piedra Playa, que es la que ilustra la primera foto. Había cientos de surferos, practicantes y aprendices que alegremente colmaban los 2 km de la costa con cientos de tablas, la mayoría de ellas fuera de control por evidente falta de conocimientos técnicos. Así que pensé: “Mejor irse a otro sitio más tranquilo para evitar que uno de estos simpáticos aprendices me corte la cabeza con su bonita herramienta para cabalgar olas”. Mientras me iba, entre amargado y esperanzado, me crucé con uno de los socorristas, al que le pregunté si se sentía a gusto en esa situación. Lo que me contestó fue una frase llena de mucho sentido común. Me dijo : “… La cosa se nos está escapando de las manos. Hoy por la mañana pude contar poco menos de 300 tablas en el agua, si pasara algo no podríamos actuar en más de dos o tres puntos a la vez… ”.

Volví a mi coche para recorrer otra vez los más de 20 km de la ida y decidí irme a la playa de Jarugo, a la que muchos surferos llaman (de forma equivocada) “de la mujer”. De esa estupenda playa es la segunda foto. Ahí también se repetía la misma situación anterior, no había un metro libre de tablas de surf. Después de haber conducido casi 60 km entre idas y venidas, tuve que desistir ahí también. Para poder darme un baño quedaba solo pasarme a la costa este, así que decidí cruzar las montañas pasando por La Caldereta hasta llegar a la playa del Burro, donde por fin solo encontré seres humanos que, como yo, buscaban un poco de paz. Después de poco más de una hora tuve que volver a mi casa. En resumidas cuentas, ese baño del martes, un día normal de trabajo, me costó recorrer unos 96 km y, en lugar de relajarme, solo conseguí aumentar el estrés, ya bastante considerable desde el inicio. Un relajante día de furia.

Así que, con todo el respeto por la libertad de actuación de las muchísimas escuelas de surf, la mayoría de ellas legales (espero), para que puedan ganarse la vida en estos tiempos tan difíciles, me pregunto: ¿tiene razón el socorrista, se nos está escapando la situación de las manos?

Es que los residentes ya no podemos aprovechar en paz el sitio donde vivimos. No se trata simplemente de regular los espacios disponibles para el deporte y para el disfrute de familias con niños en las playas (ahora a estas últimas solo les quedan zonas con rocas peligrosas, las únicas libres de surferos). Esto sería lo mínimo.

Me refiero a un equivocado modelo de desarrollo económico exclusivamente basado en el turismo. Parece que estamos dispuestos a cualquier cosa por el turismo. Hasta el punto de que tenemos que renunciar a nuestra propia tierra.

Es la misma equivocada filosofía según la cual tenemos que estar muy agradecidos por cada nueva conexión aérea con una capital mundial para que lleguen más turistas, sin preocuparnos de que, solo por poner un ejemplo entre muchos posibles, en uno de los lugares isleños más turísticos como El Cotillo, no haya ni farmacia ni punto de atención médica. Es decir, que si alguien tiene un problema de salud, que se joda. Esta es la filosofía de nuestros iluminados políticos.

Pero hay más. El pasado día 6 de abril de 2017 la página web de Televisión Canaria (www.rtvc.es) publicó un artículo con este título, francamente aterrador: “Canarias buscará como “trasladar” a los residentes fuera de zonas turísticas”. Las siguientes palabras constituyen las primeras tres líneas de ese artículo: “El Gobierno de Canarias buscará fórmulas con el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana para propiciar que los ciudadanos que residen en complejos turísticos se vayan trasladando progresivamente a otros lugares, para no poner en peligro la joya de la corona”. ¿Surrealista? No, horroroso.

Es decir, que para favorecer el turismo nuestros iluminados gobernantes se están planteando echarnos de nuestras casas.

Lo siento mucho por los puristas del lenguaje pero tengo otras preguntas: ¿Por qué los canarios siguen votando a esa misma mala gente aunque les estén echando de sus propias casas? ¿De qué se trata? ¿Ganas de sufrimiento? ¿Masoquismo? ¿No ha llegado quizás la hora de poner en marcha un nuevo modelo de desarrollo económico, no solo centrado en el turismo? ¿A qué hay que esperar antes de que el pueblo abra los ojos para que su voz se escuche alta y clara? ¿Cuántos otros destrozos les dejaremos perpetrar a estos malos gobernantes antes de la rebeldía? ¿De verdad queremos seguir actuando como burros sumisos?

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.