por Aga Umpiérrez Flores, terapeuta Gestalt, constelador familiar según el método de Bert Hellinger. agaufma@gmail.com
La importancia de reconocer y gestionar nuestras emociones
Hay tres emociones primarias o principales sobre las cuales se sustentan el resto de experiencias emocionales que podemos tener. Estas emociones primarias son el miedo, la rabia y la tristeza.
Las llamamos primarias porque están vinculadas a nuestros cerebros más profundos: el cerebro reptiliano (el más profundo de todos) y el cerebro límbico y mamífero(1). Digamos que son emociones que ya traemos por nuestra biología desde la concepción. Son necesarias y fundamentales para vivir y sobrevivir. Dicho de otra manera, sin poder sentirlas no podemos vivir, porque perdemos el “interruptor” que activa el movimiento fisiológico. Como podemos intuir, estas emociones profundas son la base de cualquier experiencia emocional. Muchas veces los problemas surgen por la mala gestión que hacemos de esa información, ya sea por la creencias inculcadas, la educación, el juicio que nos hacen y nos hacemos por lo que sentimos, distorsionando muchas veces las respuestas y maneras de actuar que tenemos. Nuestra propuesta va encaminada a que entendamos que estas emociones son respuestas necesarias que nos vienen por biología y nos dan información valiosa.
La emoción es energía
En este artículo vamos a centrarnos en la energía (la emoción es energía) del miedo.
El miedo es una emoción que tiene como función alertarnos de algo en el entorno que pone en peligro nuestra supervivencia física. La diferencia que existe con los animales es que los humanos sentimos miedo también por una amenaza de muerte real o “metafórica”: miedo a perder la casa o el trabajo, miedo a que no nos quieran, miedo a lo que nos “vaya a decir tal o cual persona”, etc.
Como vemos, es un miedo a perder algo. Además, a esto hay que añadirle la influencia que recibimos de toda la impregnación de miedo que nos hacen la familia, tutores, sociedad, etc, que en muchos casos condicionan nuestra manera de sentir y gestionar el miedo. A modo de metáfora, es como si sintiera una pequeña llama de fuego y, en vez de reconocerla, le echaran más leña a ese fuego o me dijeran lo que tengo que hacer con esa “llamita” que siento. En nuestra experiencia, el miedo muchas veces se tiñe, no solo de la respuesta fisiológica ante un evento que nos sucede, sino de una cantidad de fantasías catastróficas que creamos en la cabeza, que nos colocan en un futuro aterrador y nos sacan del presente. Y donde únicamente podemos incidir es en el aquí y ahora.
Los factores o situaciones donde se suele generar más miedo es cuando sentimos que nos quitan la pertenencia, experiencias cercanas a la muerte (propia o de seres queridos), a los cambios y también a algo un poco paradójico: sentimos miedo a sentir miedo… Y la solución no pasa por que dejemos de sentir esta emoción. Como indica Mario Alonso Puig (2), “si careciéramos de esta emoción, entonces no seríamos personas valientes sino unos completos temerarios, porque no reconoceríamos peligros reales que pueden acabar con nuestra vida en el sentido más literal de la palabra. Por otra parte, si el miedo tuviera tal poder sobre nosotros que en lugar de tenerlo, tuviera a nosotros, nuestra vida sería más una experiencia de alerta y de alarma constante que no nos dejaría descansar ni un instante”. Es una emoción bastante paradójica porque al mismo tiempo que nos ayuda a lograr seguridad también es un gran inconveniente para arriesgarse y probar cosas nuevas y, en definitiva, para cambiar.
De manera fisiológica, existen tres formas de reaccionar ante el miedo: huir, atacar y congelar la emoción.
Además, como indica Pilar Jericó (3), los humanos tenemos otra estrategia más elaborada cuando sentimos miedo ante una persona que consideramos tiene más poder que nosotros: hacer la pelota. Cuando atiendo personas, tanto a nivel individual o grupal, intento acompañarlas y generar una actitud para que:
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Acepten el miedo.
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Dejen de juzgarse por sentir miedo y desarrollen una actitud de escucha sin juicio y de acompañamiento de uno mismo. Recordamos que lo contrario del miedo paralizante no es la valentía sino el coraje, que etimológicamente significa “hacerlo con miedo”.
- Reconozcan dónde lo sienten y con qué situaciones o personas lo sienten.
- Desgranen todas las fantasías imaginarias o hipótesis creadas por ellos mismos y que pueden suceder o no. La persona, al verlas reflejadas mediante escritura, escena, etc., puede darse cuenta de si son amenazas reales y de tiempo presente, amplía su percepción y puede relacionarse de mejor manera. Es como si sintiéramos a gigantes tenebrosos y al encararlos nos diéramos cuenta de que son simples molinos de viento.
- Vean qué creencias hay asociadas y “miedos viejos” que la persona nunca trató ni manifestó. Estas experiencias, al no estar bien digeridas, es como si estuvieran acumuladas en un depósito y, ante una experiencia similar, resuenan o recuerdan y acrecientan el miedo que la persona siente.
En definitiva, que el individuo se vea y se sienta con más recursos, posibilidades constructivas, nuevas formas de relacionarse y más confianza en que puede.
Este artículo intenta solo mostrar unas pequeñas reseñas que puedan ayudar un poquito a encontrar soluciones, pues podemos intuir que el miedo mueve muchísimas áreas de nuestra vida y que todas estas propuestas necesitan consciencia y entrenamiento.
- Paul Mac Lean, médico y neurocientífico norteamericano (1913-2007), que desarrolló la teoría del cerebro triuno en la década de 1950, también conocido popularmente como la teoría de los tres cerebros.
- Médico cirujano y conferenciante, autor de varios libros relacionados con la temática.
- Empresaria, escritora y conferenciante, autora de varios libros, entre ellos No miedo: En la empresa y en la vida.