Por Aga Umpiérrez Flores, terapeuta Gestalt, constelador familiar según el método de Bert Hellinger. agaufma@gmail.com
Lo cierto es que la envidia es un sentimiento que todos hemos sentido alguna vez y que podríamos definir como la mezcla de dolor, rabia, tristeza o pesar por sentirme inferior en algún aspecto por no tener los bienes, cualidades, etc., que el otro sí tiene y yo quisiera tener como él.
Mi manera de percibir lo de fuera y lo del otro en contraste con cómo me percibo a mí, además de mi forma de evaluar y no entender por qué el otro ha conseguido más que yo, es la raíz de este sentimiento. Como podemos adivinar, la envidia genera rabia contra otra persona y un deseo oculto de dañarlo o quitarle bienes.
Las señales en nuestro cuerpo se manifiestan en un encogimiento del pecho, tensión en la mandíbula y un tono de voz más áspero. Norberto Levy (*) define tres condiciones básicas para que surja la envidia: 1.- Yo me doy cuenta de que tú estás realizando algo que yo deseo y no estoy logrando en algún área de mi vida. 2.- No lo estoy logrando porque creo que no tengo los recursos para conseguirlo. 3.- No tengo una cantidad de deseos realizados en otras áreas para compensar este dolor.
El envidioso, para anular su dolor, utiliza la estrategia de empequeñecer al otro mediante críticas, conspira contra él, etc. Según la intensidad de la envidia, puede llegar a sentir alegría por los males que le ocurren a aquellos que envidia. Otra forma destructiva de gestionarla es autoinfligirse castigo, autorreproche, sentimiento de inferioridad, depresión, angustia, etc. Estas formas de gestión se vuelven bastante destructivas tanto para el envidioso como para el envidiado.
En el fondo, el envidioso siente mucha inseguridad y falta de confianza en sí mismo, recurriendo a la comparación con los otros para discernir quién es mejor o peor, qué es justo e injusto en los intercambios y en lo que recibe. Y la realidad es que siempre hay alguien mejor (más alto, hábil, etc.) o peor que nosotros. Sin embargo, somos únicos y podemos conectarnos con nuestras capacidades, nuestros dones a desarrollar, y aceptar nuestras limitaciones circunstanciales.
Todas las emociones y sentimientos nos traen valiosa información: la clave para conseguir unos efectos constructivos, ecológicos y saludables está en la forma en que las gestionamos. Considero que al sentir envidia tenemos la oportunidad de transformarla en admiración. La admiración nos conduce a ver lo que hace el otro de manera positiva: alegrarme por sus logros y tener la oportunidad de modelarlo y aprender de él. Para hacer este camino proponemos un mapa o posible itinerario:
– Descubrir qué necesidades o deseos no satisfechos tengo.
– Convertir esos deseos o necesidades en objetivos concretos.
– Enfocarme en qué posibilidades y recursos tengo para conseguir lo que me he propuesto. Una buena manera de empezar es apoyarme en los puntos fuertes que encuentro en mí.
– Algo que da fuerza a las personas es estar en paz con el estilo propio que elige para realizar sus deseos, porque en muchos casos no hay uno mejor que otro, sino diferentes maneras de conseguir las cosas según las circunstancias de cada uno.
– Es importante compararme conmigo mismo, con lo que hacía antes y lo que hago ahora, y valorar el progreso propio.
(*) Norberto Levy es psicoterapeuta autor del libro La sabiduría de las emociones.